Queridos/as hermanos/as publicamos la Encíclica Patriarcal por motivo de la Santa Cuaresma.
Extendemos nuestra Bendición Apostólica, nuestras oraciones benévolas y nuestros saludos a nuestros hermanos, a sus Eminencias los Arzobispos Metropolitanos y a nuestros hijos espirituales: Reverendísimos Corepiscopos, Reverendos Sacerdotes, Monjes, Monjas y Diáconos y a todo el bendito pueblo Soriano Ortodoxo en todo el mundo. Que la Divina Providencia los abrace por intercesión de la Virgen María, Madre de Dios, de San Pedro Príncipe de los Apóstoles, y de todos los Mártires y Santos. Amén.
Dios está con nosotros en tiempos de angustia
"también allí me guiaría tu mano y me sostendría tu derecha.
Si dijera: «¡Que me cubran las tinieblas
y la luz sea como la noche a mi alrededor!»,
las tinieblas no serían oscuras para ti y la noche será clara como el día."
(Salmos 139:10-12)
El libro de los Salmos es una fuente de consuelo para los creyentes durante la tribulación, el sufrimiento y el dolor, así como una fuente de alegría y esperanza en tiempos de alabanza y agradecimiento al Señor por su obra redentora. El Salmo 139 captura hermosamente el sentimiento de que Dios está presente entre nosotros y nos guía, incluso en los momentos más difíciles de la vida: “Aun allí me guiará tu mano, y me sostendrá tu derecha. Si digo: “Sin duda me cubrirán las tinieblas”, hasta la noche brillará sobre mí” (Salmos 139:10-11). Estos versículos transmiten mensajes espirituales profundos sobre el significado de la esperanza y la confianza en las promesas de Dios, enfatizando que Él nunca abandonará a Sus hijos, particularmente en el contexto de los desafíos que enfrentan en el mundo contemporáneo, como guerras, persecución, transiciones políticas, malestar social y crisis morales. Sus promesas firmes y su guía benévola son la base que nos permite perseverar incluso en las circunstancias más arduas, como nos asegura el salmista al decir: " Aunque cruce por oscuras quebradas, no temeré ningún mal, porque tú estás conmigo: tu vara y tu bastón me infunden confianza."(Salmo 23:4). El Señor Dios nunca nos dejará en la oscuridad, sino que estará presente en lo más profundo de nuestro dolor para darnos la victoria con la diestra de su poder.
1. Dios no nos dejará en la oscuridad
El salmista explica la influencia de la luz divina en la ruptura de la oscuridad: Ninguna noche puede cubrirla, ninguna oscuridad puede vencerla. Esta luz simboliza el poder Omnipotente del Señor Dios, que ilumina hasta lo más profundo de los sepulcros con su misericordia, como dice el apóstol San Pablo en su carta a los Efesios: “Despierta, tú que duermes, levántate de entre los muertos, y Cristo te alumbrará” (Efesios 5:14). Los sepulcros ya no están sellados ante sus ojos, ni la noche es oscura ante ellos, porque su luz guía a todos los que ponen su confianza en Él. Por intensa que sea la oscuridad de las tribulaciones, no puede resistir el poder de la luz divina, y la oscuridad nunca es absoluta en Su presencia, ya sean tribulaciones por dolores físicos, dudas espirituales o duras persecuciones. Así como el Señor Jesucristo descendió al Seol (Hades) para completar la redención, trayendo la luz de la resurrección a los que estaban en la muerte, dándoles nueva vida, su mano de salvación siempre está extendida al sufrimiento de su pueblo. Experimentamos hoy que su mano nos conduce y nos guía, ya sea que estemos en Oriente, enfrentando la oscuridad de las guerras y la persecución, luchando por permanecer en nuestra tierra mientras llevamos en nuestros corazones una esperanza radiante a pesar de la niebla de un mañana incierto, o en Occidente, donde las dificultades toman diferentes formas, como la decadencia moral, la apatía espiritual y el creciente alejamiento de los valores cristianos. Estas circunstancias y duros desafíos han hecho que muchos se sientan perdidos y abatidos, llevándolos a cuestionar su lugar en un mundo que ya no abraza la fe, ni reconoce la luz de Cristo. Sin embargo, en medio de la oscuridad, la promesa de Dios se mantiene firme, su palabra es inquebrantable, su mano es firme y su luz nunca se apaga. Él guía a sus hijos hacia una vida llena de esperanza, asegurándoles vida y en abundancia (Juan 10:10), como Él dijo: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Juan 8:12). Él es el Creador de la luz; por eso, las tinieblas desaparecen por su mandato, y la noche se convierte en día por el resplandor de su luz divina, como dice el salmista: “Las tinieblas no te encubrirán, sino que la noche resplandecerá como el día; lo mismo te sucede con la luz que con las tinieblas” (Salmo 139:12).
2. En lo más profundo de nuestro dolor, Dios está presente
A lo largo de la historia, los elegidos de Dios han experimentado la verdad del Salmo 139,10: «Hasta allí me guiará tu mano», que explica que la presencia de Dios en nuestra vida es una realidad inquebrantable, manifestada en la plenitud de los tiempos por el misterio de la Santa Encarnación, porque el Señor Dios no sólo estuvo cerca de su pueblo, sino que se hizo uno de ellos, entrando en lo más profundo de su dolor y llevando sobre sus hombros su angustia, como dice el Apóstol San Pablo: «Sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres. Y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz» (Flp 2,7-8), experimentando el sufrimiento real, para venir en ayuda de los que sufren por su causa, como dice el Apóstol san Pablo: «Pues cuanto Él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para salvar a los que sufren por su causa, como dice el Apóstol San Pablo: "Socorred a los que son tentados" (Hebreos 2:18). Así, la presencia y la guía del Señor Dios durante la adversidad nos otorgan la fuerza y la convicción necesarias para superar la tribulación y soportar el dolor sin temor al mal. Mediante su protección, podemos superar desafíos importantes y fundamentales de la vida. Como se dijo anteriormente, el propósito fundamental de la Santa Encarnación, en la que Dios el Verbo tomó nuestra carne y naturaleza humana, es quitar la carga de nuestras transgresiones, pecados y muerte. Y así, nuestro Dios glorificado no se quedó simplemente de brazos cruzados y observó nuestra sufrimiento, lo llevó en su cruz, recorrió el camino de la agonía por nosotros. Nuestro Señor Jesucristo proclamó a los necesitados, perseguidos y rechazados que su mano los sostiene y que su toque divino sana su dolor. Como dijo: “El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres, me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón, a proclamar libertad a los cautivos y vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos, a predicar el año agradable del Señor” (Lucas 4:18-19). La presencia de Dios en lo más profundo de nuestro sufrimiento es ahora tangible, no una presencia simbólica. Está presente en cada momento de nuestro sufrimiento. Por eso, debemos creer que la mano de Dios nunca se apartará de su pueblo, incluso cuando las dificultades parezcan abrumadoras, lo que nos da la fuerza para enfrentar la aterradora realidad que vivimos hoy. Él está presente con nosotros y lucha por nosotros, como dice: “Pelearán contra ti, pero no te vencerán; porque yo estoy contigo, dice el Señor, para librarte” (Jeremías 1:19).
3. Por su diestra, Dios nos concede grandes victorias
Aferrarse a la diestra de Dios nos ayuda a trazar un camino de firmeza, perseverancia y profundización de nuestra fe. El Salmo 139:10: “Y tu diestra me sostendrá” no es una mera promesa de cuidado divino, sino un llamado a los creyentes a trabajar y a ser fructíferos. Esto requiere que nos aferremos activamente a la mano de Dios, esforzándonos por cumplir nuestra misión como apóstoles suyos en este mundo y confiando en Él y en su poder, en lugar de depender de soluciones humanas. Debemos permanecer firmes en los desafíos oscuros y nunca rendirnos a la desesperación. Así, cosecharemos la victoria por la fe, como dijo el Apóstol San Juan: «Y ésta es la victoria que ha vencido al mundo: nuestra fe» (1 Juan 5:4). La diestra de Dios es una fuerza que nos guía a la victoria. Es un estandarte para todos los creyentes, un escudo contra las flechas de las tinieblas. Quienes se aferran a ella no caen en las trampas del diablo, pues les conduce al puerto de la seguridad. Al mismo tiempo, nuestro compromiso de aferrarnos a esta mano divina nos impulsa a proclamar y manifestar nuestra verdadera fe ortodoxa a través de actos de justicia y misericordia, frutos de la fe que actúa por el amor, como dice el Apóstol San Pablo: «Porque en Cristo Jesús ni la circuncisión ni la incircuncisión valen nada, sino la fe que actúa por el amor» (Gálatas 5:6). El mayor de estos frutos es el amor a Dios, que se demuestra obedeciendo las leyes divinas y las reglas de la Iglesia, y el amor al prójimo, que se demuestra siendo amables con todos y ayudando a los necesitados.
Amados,
Aprovechemos una nueva oportunidad durante esta Santa Cuaresma para caminar en la luz de Dios en medio de la oscuridad del mundo. Los desafíos que enfrentamos como cristianos hoy pueden parecer abrumadores, sin embargo, Sus promesas nos aseguran que Su mano nos guiará y Su luz iluminará las noches de adversidad y desafíos que nos rodean porque Su presencia entre nosotros nos fortalece en nuestro dolor y sufrimiento; Su mano derecha es el ancla que nos estabiliza y Su cruz vivificante es nuestra fuerza y victoria. Por eso, tengan ánimo. Sean fuertes y sepan que Dios siempre es fiel sin importar cuán profunda parezca la oscuridad a nuestro alrededor. Porque somos Su pueblo, sabemos que Él nunca nos abandonará. Su mano siempre nos guiará hasta que la noche termine y Su luz eterna brille por siempre.
Que Dios acepte vuestro ayuno, arrepentimiento, oraciones y limosnas. Que Él nos prepare a todos para regocijarnos en Su resurrección, por intercesión de la Santísima Virgen María, Madre de Dios, San Pedro, el Príncipe de los Apóstoles, y todos los Mártires y Santos.
Publicado en nuestro Patriarcado en Damasco, Siria, el veintiséis de febrero de 2025, que es el undécimo año de nuestro Patriarcado.